En el interior no se oía nada, sintió frio y una sonrisa rompió la
rigidez de su rostro. La ventana estaba abierta y la luna brillaba en todo su
esplendor. Se acercó al borde de la cama
junto a su rostro y la vio dormida.
Sus dedos acariciaron la comisura de sus labios, carnosos y sensuales.
Cuantas veces había deseado besarlos a lo largo de los años que llevaba
guardando su oscuro secreto. Ya no recordaba ni un solo día en el que no
hubiese sentido esa necesidad de ella. Sus dedos dibujaron la línea de cuello, deteniéndose
donde su pulso latía, recordándole que vivía y lo cerca que había estado de la
muerte.
Se apartó bruscamente de ella, como un muñeco impulsado por un resorte.
La poca cordura que en aquellos momentos le quedaba le decía que no siguiera.
Luchaba, luchaba con todas sus fuerzas y aquello seguía creciendo en su
interior. No podía, no podía controlar sus sentimientos, no podía apartar de su
mente el cuerpo de Arabella, su cuerpo de mujer, ese cuerpo que le torturaba
cada día, cada noche.
Sus manos, sin control, volvieron a su cuerpo, a rozar su cabello, sus
labios. Solo quería besarlos, sentirlos junto a los suyos, lentamente se
fue acercando a ellos. Su cordura le
decía que eso no estaba bien, su cuerpo ardiendo le pedía más. Rozó la miel… el
cuerpo de Arabella tembló, el suelo bajo sus pies tembló. Se apartó de su lado,
esperando impaciente, asustado por ser descubierto. Ella siguió durmiendo.
No podía, no podía detener sus manos. La presión en sus pantalones era
insoportable y su cordura había perdido
la batalla. Ahora era preso de la
lujuria, solo obedecía a su entrepierna. Extendió la mano y la destapó. Se
recreó en la visión que tenía ante él. Una diosa pelirroja de piel marfil,
llenó sus pulmones con el olor a ella, siempre rosas y sándalo. Aquel aroma fue
como elixir. Observó sus pies descalzos, tan pequeños, deseó tocarlos,
besarlos. Sus piernas, tan largas, tan perfectas. El camisón dejaba ver más de
lo que la decencia permitía, sus muslos le tentaban.
Extasiado, observó sus pechos elevarse con cada respiración. Inclinó la
cabeza para ver un poco más, pero el
maldito camisón estaba abotonado hasta
el cuello. Volvió la mirada hacia los muslos. Su miembro palpitaba apretado,
exigiéndole liberación. Colocó su mano sobre la parte interior del muslo y
esperó. Arabella se movió al contacto pero no se despertó. Siguió con su mano
el movimiento de la joven que se colocó bocarriba. Cuando la tranquilidad
volvió al sueño de ella, él estaba con su mano entre sus muslos, tan cerca de
su unión. Inspiró aliviado y triunfante. Con movimientos lentos, casi
imperceptibles fue subiendo la mano, en una caricia que estaba haciéndole
perder el juicio. Se detuvo unos segundos cuando rozó la suavidad de los vellos,
pero ya no había vuelta atrás, necesitaba sentirla. Anhela el contacto, ansiaba
tocar su esencia de mujer. Solo movió un dedo, solo un poco más cerca, el calor
fue aumentando y sintió la humedad de
ella. Solo un roce, y sintió temblar
tanto el suelo a sus pies como el cuerpo de ella. Un temblor que
instintivamente le hizo retirar la mano, y se maldijo cuando la hubo retirado.
Ella dormía. Se llevó la mano a la boca, y se llenó del sabor más delicioso del
mundo, su olor, su intimidad… y explotó. Su cuerpo tembló y su miembro se
derramó.
Segundos después, su amiga la cordura volvió a llegar, aun tenía el
sabor a ella en los labios, el olor en sus pulmones y el tamaño de su miembro
amenazaba con volver a tomar el control, pero el miedo y la rabia empezaron a
arraigarse en su cuerpo y salió despavorido de la habitación.